La forma en la que hemos recibido los primeros cuidados, tendrá un notable impacto en la manera en la que luego nos comportaremos en sociedad.

Ana porras la cultura tambien tiene síntomas

Al inicio de nuestra existencia, no distinguimos entre el mundo interno y externo. No tenemos conciencia de nosotros separados de los otros. Iremos construyendo nuestra identidad como sujetos poco a poco, con nuestra evolución natural como seres humanos, nuestras experiencias y la interacción con nuestro entorno.

Cuando somos bebés, tenemos la sensación de formar un TODO con el resto del mundo, algo que genera cierta sensación de omnipotencia.

Con los cuidados y contención que nos proporcionan, vamos detectando algo tan clave para nuestro desarrollo como la presencia-ausencia del otro, su existencia y la nuestra. Así, un bebé, aprenderá a emitir ciertos sonidos cuando detecte que necesita ser atendido y también irá buscando formas de auto calmarse, por ejemplo, metiendo su dedo en la boca y succionando. Va tomando conciencia de su cuerpo, de su estado y puede ir entendiendo que hay algo distinto a él: el espacio en el que se encuentra, las personas que le proporcionan amor...Irá también entendiendo que, a veces, puede proporcionarse él mismo placer y, otras, necesitará que le ayuden a alcanzar un estado de mayor confort. Empezará a comprender que, hay acontecimientos internos (como un dolor) que pueden generarle displacer y otros externos (como un calor excesivo o un movimiento brusco por parte de la persona que lo toma en brazos).  Conforme vayan avanzando sus experiencias y sus días en el mundo, percibirá que, en términos generales, “el otro” está disponible pero que, a veces, ha de “llamarlo” para que venga y, que esto, no siempre es inmediato. De alguna manera irá tomando contacto con los límites y con la espera. Esto contribuye a la configuración de nuestro Yo. Vamos tomando conciencia de nuestra existencia y, nos vamos sumergiendo en las relaciones y, de alguna manera, en la cultura.

Hemos de tener en cuenta que, entre las aspiraciones de todo ser humano, probablemente estará conseguir la felicidad y mantenerla. Primariamente, pensaremos en eliminar todo displacer y generar sentimientos intensos de placer. Pero esto, ni siempre es posible, ni puede ser un estado permanente.

La naturaleza del sufrimiento

Cierta cantidad de displacer o sufrimiento forma parte de la esencia natural de la vida. Como ya hemos avanzado, éste puede provenir de diferentes fuentes: a veces viene generado desde nuestro interior, otras del mundo exterior y, otras, de los vínculos que establecemos con otros seres humanos.
Con frecuencia, la que nos genera mayores dificultades suele ser la tercera, el sufrimiento relacional o social, por decirlo de algún modo.

Podemos pensar entonces primeramente que, una forma de acercarnos a la felicidad podría ser aislarnos, huyendo así del sufrimiento. Sin embargo, la cultura surge como una alternativa a este aislamiento que, en su vertiente extrema, no sería posible o viable de una forma funcional. Por eso, la regulación de los vínculos sociales resultará clave en cada cultura.

Teniendo esto en cuenta, así como, que la mayoría de nosotros tratará de sufrir lo menos posible y, aproximarse a lo que considera felicidad, pensé que el objetivo de este artículo podría ser reflexionar sobre algunas cuestiones relacionadas con ello.

La cultura también tiene síntomas

Tomando algunas ideas del artículo El malestar en la cultura, Freud (1930) podemos replantearnos aspectos como que:

  • Aunque cada uno tenga que ensayar la forma en la que alcanza el mayor bienestar y esto sea propio y particular de cada individuo, de alguna manera, sentirnos miembros de una comunidad, puede ayudarnos a conservar cierta parte de este bienestar, siempre que consigamos que esa comunidad funcione. Para ello, como en muchas otras ocasiones, hemos de poder tolerar, ganar y renunciar.
  • Puede resultarnos práctico, aunque no siempre fácil, no esperar toda la satisfacción de una única aspiración. Diversificar nuestras fuentes de placer es útil e interesante para nuestro desarrollo.
  • La cultura se edifica sobre la renuncia, tiene límites, por eso, también genera hostilidad. Podemos entender que es necesaria, pero, a veces, nos resistimos a aceptar que las normas que nosotros hemos creado para protegernos son las que a la vez nos hacen sufrir. Nuestro desarrollo individual (parte egoísta y natural) puede interferir con la parte más altruista y cultural de relación con los demás. Hemos de poder convivir con lo que “queremos hacer” y lo que consideramos que “socialmente debemos y/o podemos hacer”.
  • En ocasiones, el pesimismo ocupa un lugar protagonista. El “control” de la naturaleza, la medicina, la ciencia, los avances técnicos como el teléfono o internet, contribuyen a la economía de nuestra felicidad. Sin embargo, pese a avanzar, nos cuesta disfrutar. Nos enganchamos a ideas como: “Si no estuviera lejos, no tendría que llamarlo”.
  • A veces, es más fácil “actuar las emociones categorizadas como negativas” cuando nos escondemos detrás de una “masa” o de una “manada” porque parece que las acciones quedan diluidas y será más difícil sentirnos señalados o castigados como individuos. Es como si “la culpa” quedara repartida. Esto, a veces, genera unos efectos devastadores y, que, desde luego, no nos ayudan a aproximarnos a la felicidad. Tal vez, puede ayudarnos plantearnos cómo actuaríamos en solitario.
  • Por otro lado, comparto que, nos cuesta asumir que el ser humano no es un animal manso por naturaleza. El amor y el odio son sentimientos primitivos, naturales y muy próximos entre sí. La agresividad forma parte de nosotros, la cuestión es canalizarla de una u otra manera.
  • Además, generalmente y, como señala Freud en el artículo referido, tenemos la capacidad de gozar con la intensidad de los contrastes (cuando estamos mal y de repente nos pasa algo que consideramos muy bueno, lo vivimos intensa y momentáneamente) pero tal vez podemos acostumbrarnos a disfrutar del estado más duradero de las experiencias (cuando con cierta frecuencia nos pasan cosas que nos parecen positivas, nuestra inercia parece ser dejar de apreciarlas tan intensamente).

Así, la forma en la que hemos recibido estos primeros cuidados de los que hablábamos al inicio, tendrá un notable impacto en la manera en la que luego nos comportaremos en sociedad. Tanto los excesos como las carencias calarán en nuestra capacidad para tolerar la frustración, en nuestra paciencia o impaciencia, en la forma en la que expresamos nuestro amor y nuestra ira, así como en nuestra capacidad para tolerar ciertas costumbres y/o normas, para aceptar las ventajas, pero también limitaciones de la vida. Naturalmente, lo ideal es que se pueda proporcionar “un equilibrio suficientemente bueno” en estos primeros cuidados.

La experiencia vital también cuenta

Desde luego, la manera en que nos comportamos como adultos tiene que ver con la manera en que nos cuidaron como niños, pero, ello, no significa que sea el único elemento a tener en cuenta. Sin duda, las experiencias que vayamos teniendo a lo largo de nuestra historia, así como nuestra genética y el contexto en el que nos desarrollemos ocupan también un papel crucial en la forma en que luego convivimos con nosotros mismos y con los demás.

Por su parte, comparto que la cultura tiene que movilizar a los seres humanos, poner límites y ayudarnos a convivir. Pero han de ser unos límites que no generen grandes dosis de hostilidad, que no nos pidan lo imposible. Me planteo si alguna vez alguien ha podido llegar a amar a sus enemigos o a poner con gusto la otra mejilla. Como propósito tal vez está bien, pero, a la práctica resulta tremendamente difícil. Probablemente, además de hostilidad se despierta en nosotros la culpa de no poderlo garantizar.

Aceptar la imperfección

Nuevamente se trata de eliminar ideales, de aceptar que el hombre no será perfecto y que los límites tampoco pueden serlo.

Con la cultura el hombre ha cambiado un trozo de libertad por un trozo de seguridad y eso también le hace sentirse dichoso dentro de ella. Siempre habrá dificultades e imperfecciones.

El síntoma en la cultura puede surgir en forma de malestar, de conflicto social.

Resulta importante, aunque complejo, encontrar equilibrios y buscar la manera de aplicar la inteligencia emocional a la cultura presente en nuestros días: modular nuestra agresividad hacia dentro y hacia fuera, convertirla en capacidad de crítica y autocrítica, crear climas que valoren la diversidad y no una fuente de fricción y aprender a establecer redes eficaces.

La cultura también tiene síntomas