VACÍO O INESTABILIDAD EMOCIONAL
La ilusión tiene un papel primordial en nuestro desarrollo, especialmente en la primera infancia. Gran parte de un psiquismo adaptativo funciona gracias a la ilusión. Es importante poder saber cómo fuimos de niños porque nos dará información y respuestas a dilemas actuales. Las ansiedades de la infancia son hirientes y desbordantes y la ilusión ayuda a aliviarlas. Permite cicatrizar heridas. La capacidad de crecer con ilusión, de que nos ayuden y nos permitan crearla, resulta fundamental.
Hay veces en la que esto no es posible, porque por diversos motivos, no tenemos la oportunidad de ser niños libres, de sentirnos diferenciados del resto de personas con las que nos relacionamos, especialmente de nuestra familia de origen. Vamos creciendo sin poder tener por nosotros mismos una sensación de sujetos.
Esto, va gestando un fondo de inestabilidad en nosotros que puede traducirse en un sentimiento de vacío. Nos falta una base de seguridad, de contención emocional, que impide que podamos representar, dar sentido a nuestras experiencias e ir dando forma y autenticidad a nuestra personalidad.

NOS VOLVEMOS PREVISIBLEMENTE IMPREVISIBLES, CON NOSOTROS MISMOS Y CON LOS OTROS…
VACÍO O INESTABILIDAD EMOCIONAL
Si esto sucede, generalmente, presentaremos dificultades para integrar nuestras diferencias, nuestras flaquezas y fortalezas porque no nos sentimos diferenciados como sujetos, podemos tener dudas de cómo y quiénes somos realmente. Nos percibimos de una forma segmentada y contradictoria. En la relación con los otros, probablemente, nos costará tolerar la separación, pero a veces rechazaremos el acercamiento.
Naturalmente la constitución y desarrollo de nuestro psiquismo y nuestra personalidad, dependerá del grado en que se dé “el exceso” o “la falta” de contención de la que venimos hablando, así como de la condición interna de cada uno de nosotros, de nuestras experiencias y de nuestro entorno.
En algunos casos, puede primar la sensación de desbordamiento, dándose situaciones de descontrol que no podemos frenar (especialmente tras un acontecimiento que sentimos como desagradable: un desacuerdo, una injusticia…) Son frecuentes los cambios repentinos de nuestro estado de ánimo y la tendencia a actuar sin poder pensar, a la impulsividad.
En otros casos, y de forma inconsciente, construimos un “muro psíquico” para intentar contener nuestros impulsos, para intentar que no nos duela la vida. Aparentemente funcionamos con cierta normalidad, pero en realidad estamos desconectados de ella. A veces, puede tener efecto de caparazón y servirnos para aparentar cierta seguridad o incluso superioridad con respecto a los otros. Puede que una parte de nosotros crea que no nos afectan las cosas, en un intento de de enterrar nuestras ansiedades infantiles y conflictos internos. Sin embargo, estos emergerán de alguna forma para avisarnos.
DURANTE EL PROCESO TERAPÉUTICO
Habremos de buscar la forma de crear recursos internos, de practicar la contención, la tolerancia, la distancia y la cercanía, tratando de que la vida nos resulte lo más “amable” posible.